En enero de 2016 envié a la redacción de Topipittori (la editorial italiana que ha publicado el original en 2018) la propuesta de un cuento sobre la bicicleta. De bicis hablaba mi primer poemario, Versi ciclabili, de 2007; en aquella antología de poesías dedicadas a la bicicleta había un texto, “Recuerdo infantil”, en el que hablaba de la desilusión que me había causado una bici-trasto recibida cuando era niño.
No había escrito nunca un texto para un libro ilustrado y, además, dedicado explícitamente a los niños, de tal forma que las primeras pruebas que envié en 2016 no disimulaban, por inexperiencia, mi dificultad para encontrar el equilibrio entre alusión y descripción, entre el texto y las potenciales y futuras ilustraciones. Lo único de lo que no tenía dudas mientras escribía era que deseaba que Riccardo Guasco fuera el ilustrador. Conocía su obra desde hacía tiempo y con él compartía no sólo la pasión por las bicis, sino también referencias estéticas muy concretas, como el gusto por el arte de principios del siglo XX. Durante muchos años, mientras estudiaba en la Universidad, tuve en la pared encima de mi cama el póster de un cuadro de Mario Sironi que representaba a un ciclista en un velódromo: un cuadro maravilloso de 1916 (Il ciclista). La consistencia de esos volúmenes, las esquinas, los colores de aquel ciclista me acompañaron durante años.
Intentaba escribir mi cuento, imaginando los pequeños bloques de texto que iban a distribuirse a lo largo de la treintena de páginas que suele tener un álbum ilustrado, contando con los preciados consejos de Giovanna Zoboli (escritora de literatura infantil y editora en Topipittori). Hasta que un día, algo decepcionado por mis capacidades de narrador infantil principiante, intenté poner alguna atadura más a mi escritura, como si de un juego se tratara. Fue así que reescribí mi cuento a través de las rimas de la octava real. Imaginaba cada estrofa como la pieza de un puzle, y había que recomponer la historia a través de las rimas encadenadas.
Intentaba imaginar las ilustraciones y escribía como si cada pieza fuera el reverso de una hipotética carta a la que había que dar la vuelta, para combinar texto e ilustración. Así decidimos que esta nueva versión, nacida por juego y en rima, iba a ser el texto definitivo que confiábamos a la imaginación de Riccardo Guasco. Desde aquel momento me quedé a la espera de la transformación en imágenes de mi historia y, mientras tanto, la bicicleta amarilla se iba convirtiendo para mí en un icono inalcanzable, algo que se manifestaba repentinamente como una afortunada señal, un mensaje de felicidad alcanzable. Curioseaba lo que hacía Riccardo en las redes sociales, con la esperanza de encontrar alguna pista del trabajo que estaba realizando. Y me emocionaba cuando intuía algo.
En Instagram empecé a usar el hashtag #biciclettagialla para mis hallazgos, o por los que me señalaban mis amigos. Descubrí que muchas ciudades europeas (Milán, Ravena, Ámsterdam…) han elegido precisamente el amarillo como color para las bicis de alquiler público; muchos mensajes me han llegado de Alemania, donde los carteros usan bicis amarillas. Pero lo más sorprendente pensando en el libro fue lo que vi un día justo al salir de casa, cuando me encontré con un niño montado en una pequeña bici de carreras, naturalmente amarilla, en la plaza de mi ciudad, Pisa: ¡era un perfecto Juanito!
Un día, no recuerdo cuándo, vi los lienzos que había realizado Riccardo Guasco: el estilo encontrado, los tres colores, los personajes, los ambientes urbanos, todo tomaba la forma de algo parecido a un sueño recordado, concreto y de cuento a la vez. Es más, no vi sólo el texto combinarse con las imágenes, sino literalmente “animarse”, como un dibujo animado potencial, por lo dinámicas que son las ilustraciones de Riccardo. En alguna octava, mientras escribía, me deleitaba imaginando la forma que podría tomar la ilustración, incluso orientando en clave metaliteraria el dibujo. Como por ejemplo en la estrofa en la que Juanito dibuja muchas bicicletas en la escuela: una ilustración de la que Riccardo me mostró otra versión alternativa, lo que demuestra que “dibujar el acto de dibujar”, así como “escribir sobre la escritura”, nos conduce siempre a una duplicacióYesn, a una reformulación, a algún que otro vértigo.
Riccardo ha logrado, para cada octava, ilustrar no sólo el texto, sino también su intencionalidad. No sólo sus dibujos han dotado de forma, colores, líneas, imaginación, a las palabras que había alineado en mis versos, sino que, además, ha traducido la manera en la que las había escrito: los tres colores que ha usado son un modo de imponerse una atadura compositiva y narratológica análoga a mi elección de las rimas encadenadas, un juego combinatorio antiguo de endecasílabos. La poesía del trazo de Riccardo consiste, en este caso, en haber traducido en imágenes los vínculos, la conexión con el pasado, es decir, con aquella narración épica en versos que yo había elegido al transformar en poesía la mínima expresión del deseo de un niño, el de una bici nueva. ¿No es más que una bicicleta, la bicicleta amarilla?
Mi idea era la de transferir algo universal y límpido, una felicidad que puede condensarse exclusivamente en un objeto de por sí simbólico como la bicicleta, que significa libertad, medir el mundo, medir lo humano. Las ilustraciones de Riccardo consiguen expresar en imágenes el sentido de mis palabras, no sólo los significados. Me parece un resultado realmente maravilloso. Además, en el Juanito dibujado por Guasco, me parece encontrar algo de Pinocho que, de forma inconsciente, había metido en el texto; me refiero a ese padre/faber un poco Geppetto que le ha tocado, intermediario y artífice de una recreación, de una magia que llevará al nacimiento de la tan deseada “bicicleta amarilla”.
La bicicleta amarilla es la idea de una felicidad alcanzable, siempre y cuando la reconozcamos como lo que es, es decir, la idea de que la felicidad es algo que podemos alcanzar. Una idea que los niños tienen muy clara, como una evidencia, y que poco a poco, en la edad adulta, olvidamos o mistificamos. Y, al mismo tiempo, es una idea de libertad esencial: pedaleo y mido el mundo con mis propias fuerzas. El texto que he escrito se puede leer, pero también cantar, y creo que se adapta a todas las edades. Mi texto es para los que piensan que es suficiente una bicicleta, tal vez amarilla, para ser felices.